El hombre siempre estuvo obsesionado por descubrir la verdad que rodea la existencia humana. La proliferación de creencias metafísicas son ejemplo de la necesidad de evadir el sentido de separabilidad que inunda a la psiquis humana. Sin embargo, para el pensamiento existencial, la realidad se define a partir de las cosas materiales sin importar los electrones giratorios que recorren distancias estelares en la soledad de los átomos. De allí, que tan sólo cinco elementos sean reconocidos como la base material de nuestra existencia: agua, fuego, tierra, aire y éter.
Joa Pablo da Costa, nacido en Portugal en el año 1912, afirmaba que existe un sexto elemento intangible que define la vida del universo en que estamos inmersos: La eternidad.
Tal fundamento se basa en un manuscrito encontrado por él en el mar muerto ubicado entre Israel, Jordania y los Territorios Palestinos. El autor del mismo se desconoce, aunque se cree que pudo ser alguno de los seguidores de Jesucristo que tuvo una revelación del maestro cuando pescaba a orillas de este lago.
Este manuscrito expone que la vida humana es limitada como producto de los miedos a la metamorfosis corporal (vulgarmente conocido como envejecimiento). El texto dice: "El hombre justifica su limitación de vida, y eso obtiene: la muerte".
En la biblia afirma que Adán, al cometer el pecado transgredor, hace que la muerte se trasmita de padre a hijo por la generación carnal. Estos enunciados religiosos trágicos sentaron las bases para esconder el sexto elemento que posee el hombre y generarle así la angustia cósmica del manosprecio del sangriento sudor, de la agonia sobrenatural y del grito de quien murió en la cruz.
A raíz de este descubrimiento, Joa Pablo da Costa revelaría la verdad mediante una composición poética, titulada "EL SEXTO ELEMENTO".
La muerte es un mal
una condena fatal
de una mentira que se estira
desde mucho tiempo atrás.
Sin forma ni tiempo
se transfiere el engaño
la eternidad de los años
es la verdad a ocultar.
Eterno soy, eterno seré
eterno es el té que tomé
y tan mal me cayó
y tan mal descargué.
Yo no sé que tenía el té
pero me mostraron la eternidad
con una gastroenteritis
no pare de cagar.
Allí descubri, con dolor,
el rostro oculto de la eternidad
con el colon dilatado
ni el agua, ni el fuego, ni la tierra, ni el aire
logran conjurarse
para poderlo cerrar.
Increible la revelación, el estilo peculiar del autor para transmitir a través de un acto tan vulgar esta verdad que dá que hablar. Joa Pablo,
martes, 4 de agosto de 2009
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